domingo, 10 de noviembre de 2019

Me alisé el pelo, me pinté los labios de rojo y dije a los niños que estaba un poco nerviosa. Luego, cuando enfilé la calle hacia arriba (qué casualidad, que de todos los bares, eligieras el de mi calle) lo asumí del todo: iba hecha un flan.
Llegué y no estabas, y encima la cafetería estaba llena. Elegí sitio (¿al lado de los baños? ¿Al lado del ventanal?) y opté por la luz.
Cogí una revista por no verte llegar y no ponerme más nerviosa. Justo me giré y entraste, quitandote la bufanda. Te reconocí de inmediato. Te saludé y te miré, por fin, respirando. Eras tan guapo como te recordaba.
Me acerqué a la barra a pedir y justo ahí, justo ahí, me sonreiste a mí, mirándome, por primera vez. Y pensé que podría quedarme a vivir en esa sonrisa, contigo cerca. Y me asusté de la cursilada súbita y mi cabeza debió de intentar recolocarse ante aquella idea que se parecía más a una certeza que a una intuición.
Y hablamos, y reímos fuerte y con ganas, como hacía tiempo que no me reía (cuánto?) y no sé cuándo me rozaste la mano, y la rodilla, y el brazo. Y sin saber cómo, cada vez estábamos más cerca. Y a mí me seguía pareciendo que estabas demasiado lejos y te miraba los ojos centelles tes, bajo las gafas y te dejaba de escuchar pensando en lo bonito de tus ojos, en tus dedos largos y finos, en tus cejas. En tu manera de reír.
Yo no me quería ir y te acompañé al coche. Te di un abrazo y al separarnos las manos recorrieron el brazo del otro y se enlazar on sin saber tampoco cómo. Y antes de que te fueras, antes de que me dieras tu número, antes de decir que en una semana volvías, antes de eso, me dije, asustada a mí misma que sí, que ojalá aquella sonrisa tuviera las mismas ganas de quedarse a vivir conmigo.

B. S. O = Alba Reche - Quimera.

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