lunes, 15 de abril de 2019

Arde

Arde Notre Dame y no puedes dejar de mirarlo.
Cuando visité París solo tuve tiempo de disfrutar de verdad, como a mí me gusta, sin prisa y sabiendo dónde se está, solo un rato en Shakespeare and Co. Estaba yo sola (qué raro), sentada en un diván verde de terciopelo y una pareja tocaba a cuatro manos el piano. Me emocionó hasta llorar. No sé cuánto tiempo estuve allí, pero fue el único rato en el que supe dónde estaba. Estaba presente y allí. Sin antes, sin después, sin correr.
A Notre Dame entramos de paso. Pocos minutos. Muy pocos. Solo recuerdo verme abrumada por su tamaño, por los arcos, por lo oscuro que estaba todo dentro. Era un viaje al pasado.
Aquel viaje me lo pasé corriendo a ningún sitio para no ver nada. Para no disfrutar nada. Para marcar con un tick las 20 cosas que "había que ver" y que, efectivamente, vimos. Pero nada más.
Ahora arde y ya nunca podré verlo como pude aquella vez y no lo hice.
Qué triste pasar así por los sitios, por la vida. Haciendo como que se está sin estar.

-
Arderá la Historia ante nuestros ojos embobados, borrachos de horror y de impotencia.
Todo pasa. Nada ha venido a durar para siempre, me dices. Y yo te miro justo antes de que me des un beso, lento y triste. Y yo te devuelvo otro, lleno de vida y de aire. Tú y yo tampoco vamos a durar. Como mucho, unos 50 años, que en realidad, no es nada. Un grano de arena. Dos vidas insignificantes. Pero ahora que todo arde, ahora que estamos vivos y hemos coincido en este rato breve, vamos a hacernos eternos un rato. Antes de que todo lo que conocemos también se prenda fuego. Vamos a consumirnos tú y yo, solos en este salón mientras el mundo, ahí fuera, arde. Habrá un segundo en el que tú y yo también seremos fuego. Y luego... Y luego ya dará todo igual.