viernes, 25 de mayo de 2012

Disculpen la franqueza

Hacerse mayor consiste en aceptar cosas. Casi todas malas. El azúcar y los brazos que te salvan de pesadillas han muerto. Bienvenido al mundo real.
Nadie te prepara para eso.
Nadie te salva de ello.
Lo llevas encima. Como una cicatriz.

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No sé si me reconocerías y eso me da miedo. Creo que me volví más cínica. Parece que me he bañado en un tanque de cemento, o que,como en aquel libro, se me congeló el corazón. Añoro aquello de sentirme a salvo en brazos de alguien. O de saber que alguien habrá cuando esté enferma a acariciar mi frente. De los besos a distancia antes de dormir. Ya no hay nadie que me salve, por mucho que me abracen. La sombra sigue encima.
O dentro.
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Él y su olor a tabaco fueron los primeros en marcharse. Era octubre (se casaba una Infanta) y yo me fui de excursión. Me alimentaron a base de mentiras todo un mes (tenía 11 años. Ya sabía más de lo que sabían muchos a mi edad).Y de pronto, mientras un talk-show explotaba tragedias ajenas en la cocina, tú desembarcaste con tu cuerpo pero con los ojos perdidos. Me dejaron llorar, pero poco. Nunca me han dejado llorar.
Perdí su silbido. Y su radio con un dibujo de claveles rojos. Y su  gabardina color crudo y andar por la calle Saldaña.

Luego ella también se marchó un diciembre. Esta vez no me dieron mentiras. Fueron verdades a medias, silencios por capítulos. Y verdades que explotan en un asiento trasero, y lágrimas que se tragan para no sumar dolores a dolores. Y me devolvieron...otra. O puede que siempre hubiera sido así.
O puede que a la que se llevaron fue a mi. Creo que fue eso.Y ya nunca más volví. Y pasé seis meses de lágrimas furtivas antes de dormir, o en un baño, o sobre la hoja de dibujo porque no me salía la helipsis, agarrada a una radio a las 12. De gritos en silencio. De gritos sofocados en almohadas de casas ajenas. De comentarios como flechas.De monjas malvadas (de ahí mi odio). De descubrir que algunos lazos de sangre atan más que unen.
He perdido tanto, que no sé si me da más miedo o más pena escribirlo.

Un poco antes, un verano, se marchó un chico de ojos verdes. Verdes como una piscina. Con andares patosos de 15 años. De rebeldía tonta con el mundo. De darme miedo al mirarme. De mirarme duro y blando, fijo y dentro como nadie NADIE nunca más me ha vuelto a mirar. De no hablar. De labios rojo-regaliz, y vestidos cortos por el estirón del verano.De reírnos de los curas y de huir de fantasmas. Así eran sus ojos verdes.
Nos despedimos mal. Como una cosa tonta y adolescente. De cosas que quieren ser y no fueron. Como si un beso se quedara colgando en aquella escalera de azulejos verdes. Como sus ojos. Perdí una excusa perfecta para ser pava e irresponsable, un aliado fiel y silencioso. Perdí aquella forma de mirarme que nunca volverá.

Luego se fue él, que me dio el primer beso. Y yo lo agarraba, pero no hice bien fuerza. No sabía nada.Y nunca más volvió. Y no es que me doliera (que también). Es que, sobre todo, me asustaba su ausencia. Pero eso lo entendí más tarde. Perdí a mi mejor amigo. A mi válvula de escape con sabor a limón y a ginebra.
También se fue el otro chico. Tenía ojos verdes. Pero menos. Mejor dicho, me fui yo. No le di tiempo a nada. Cuando él llegó, yo ya estaba lejos.

Luego se marchó aquel chico que me volvió loca y que me dio la mano en un aeropuerto. Me ofreció un desayuno en París y yo, desde ese momento, le di mi mente y todo lo que me hubiera pedido (me pasa mucho...). el problema fue no darme cuenta de que nunca había venido. Pero yo era feliz aprendiendo. Y yo sólo quería notar el corazón saliéndome por la garganta. Perdí su pelo negro. Y sus idas y venidas. Y sus historias. Y aquella sensación de montaña rusa en el estómago.

Y mientras,  un chico que me quería como se quiere a los amores que no pueden ser, con lealtad perruna y miradas tiernas, me acompañaba al cine a la sesión de tarde, y a comer tortitas con nata. Perdí otro amigo. Un apoyo y un saco de risas, de frases bonitas y de cosquillas con la barba.

También se me marchó alguien un 5 de marzo. Que podía haber sido un día cualquiera, pero que fue el día de mi cumpleaños. Amanecí primero a las 6 de la mañana, con el teléfono recién colgado y la pantalla con ríos salados. La boca pastosa y los dedos torpes saltando sobre un teclado para poner, como siempre, mal y tarde, la guinda al pastel. Volví a amanecer más tarde, cerca del mediodía con las llamadas de felicitaciones. La voz ronca, una pena de muerte y con la habitación dándome vueltas con el eje en una botella de vodka que residía en la papelera de otra habitación.  El día fue lluvioso y yo tenía un agujero en el pecho. Perdí la mitad de un lunar que tengo en la mano izquierda. Aquel hueco en el pecho, que nunca volvió a llenarse. Sentí haber perdido tanto que a veces creo que tanto no fue posible.


La lista es larga, como ves.
Y sin embargo, no me acostumbro a esos huecos vacíos. A pesar de los años.

Y todos ellos, sus fantasmas, se me plantan a veces, en días como hoy. En los que daría más de lo que tengo por abrazarme a cada uno de ellos y pedirles, otra vez, que no se fueran. Como hacía antes. Cuando todavía tenían ojos.Y olor. Y piel. Cuando todavía creía que no iban a irse nunca.



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Traigo bandas sonoras...

Te voy a echar de menos.

Si tu magia ya no me hace efecto...