domingo, 1 de abril de 2012

And the truth is

 Miró al otro lado de la barra y ella estaba allí. Con un vestido rojo, y confetis en el pelo, con sonrisa de día de Año Nuevo y con el rimmel ligeramente corrido.
Sujetaba una copa en la mano, elegante, con una pose que parecía fuera de lugar en aquel barucho de cervezas y vino barato. Ella estaba alli para iluminarlo todo.
Habían compartido mucho, pero hacía tiempo que ella ya era una extraña: pequeñas mentiras, pequeñas cosas que se ocultan porque no tienen importancia. O porque tienen demasiada importancia.

La miraba de lejos, y sonreia inevitablemente. Observaba cómo ella a veces miraba al techo, como fuera de lugar. Y a veces, los ojos de los dos se encontraban, y no pasaba nada. A pesar de los fuegos artificiales de fuera, las serpentinas y los matasuegras. Todo era normal.
Aburridamente normal.

Alguien se acercó y la besó en la frente. Despacio, como imprimiendo un halo de protección en aquella mujer de la que ya no sabía nada.

Puede que el aburrimiento sea lo normal, pensó él. Puede que fuera verdad, que con los años todos nos volvemos grises, y deseamos un trabajo anodino de 8 a 3. Y dejas a otros que piensen en salvar el mundo, y en atardeceres en playas, y en hacer la cuenta de las pecas que esconden las chicas bajo sus escotes. Y dejas de ir con resaca al trabajo, y deseas que llegue el domingo para dejar tu casa e ir a un trabajo que te mata despacio.
Puede que eso fuera lo que pasaba al hacerse mayor. Al hacerse viejo.

Algún día, pensó él, ella dejará de salir de noche y celebrar fiestas, y por fin consiga aquella casa al lado del mar,y tal vez espere a un hijo o a una hija, que vuelva a casa más tarde de la hora acordada, con olor a tabaco en el pelo y besos borrados deprisa en el portal.O haga la vista gorda a un número de teléfono escrito con lápiz de ojos en un papel.
Y puede que entonces los dos volvamos a ser como aquella vez en la que dormimos en las estaciones de tren de media Europa. O como aquellos veranos en los que no teníamos dinero para dos latas de cerveza y compartíamos una entre beso, calada y beso, y abuelas que se escandalizaban al vernos reir como locos. Volveremos a ser eternos.

Pero mientras tanto, ella sonreía, como fuera de lugar. Como si tuviera muchos siglos en los ojos. En aquel bar de música atronadora donde ella era una sirena varada.Y donde aún nada habia empezado.