martes, 4 de septiembre de 2012

Quedamos en el McDonald's de Montera.

En otra vida fui kamikaze. Lo sé porque escribo desde un McDonald's de Gran Vía. Desde ese al que entré el primer día que estuve en Madrid, y donde descubrí, no sin cierta congoja, que por mucho que anduviera en esta maldita-bendita ciudad de mis amores, no encontraría a nadie con quién hablar. 

Han pasado cientos de años desde eso. Y aunque tengo amigos que son amigos-hermanos-padres, y amigas que me empujan a saltar al vacío y luego me echan la bronca, y amigas que nunca están, y amigos de tres meses, sigue pasándome por la cabeza eso de vez en cuando. Que a pesar de todo lo grande que es esta ciudad, a veces no encuentras a nadie. 

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Digamos que no vivo uno de mis mejores momentos. Digamos que no entiendo por qué decidí matricularme en algo que no quiero estudiar en una ciudad que DETESTO. Digamos que me rindo de ser la parte responsable de toda relación, y la que carga el mundo en sus espaldas para proteger a quien quiera que sea la otra parte. Me rindo de entender la inmadurez. LA indecisión. La enfermedad. Los nervios. Las tristezas. Me rindo.

Y me importa una mierda que no me entiendas a mi.  
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Lo bueno que tuvo aquel paseo por la M30 a las 4 de la mañana es que, por una vez, no llevaba el control. Y yo era la pequeña extranjera con el pelo agitado por el aire de la ventanilla bajada y el techo solar de aquel coche rojo. 
Y que tú decidiste que me llevabas a casa. 
Y que tú decidiste que él se iba solo. 
Y que tú decidiste el camino ("¿tienes algo que hacer en un plazo de tres o cuatro horas?"). 
Y yo no tuve que hacer nada. 
Esa sensación de rendirse.  De que tú conducías y cambiabas de canción. Y me llevabas por calles que no conocía y a las que tú cambiabas el nombre sólo por hacerme reír. 

No fue nada.
 Pero fue algo parecido a ser feliz. 

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Tú has tenido la culpa de que odiara los viernes. Y de que estuviera tan guapa (tan tan guapa) que se me saliera la felicidad por los poros de la piel. 
Gracias por aguantar las resacas y salvarme el culo (de nada por lo respectivo). Gracias por cambiarme el gesto y demostrarme que la vida tiene esas cosas, que no sabes cuándo ni cómo, pero te cambian la forma de mirar. 
Me quedo con el color de tus ojos a las 10 de la mañana, y a las 4 de la madrugada. Y a las 6. Con entenderte. Con chocarte la mano. Con la plaza del principio de Montera y los cubos de cervezas en La Sureña y en aquel bar, después de la tormenta. Con la canción de Aerosmith en el karaoke. Con odiarte y tener ganas de matarte. Con esperar el bus. Con decirte "Ven conmigo" y seguirme, como si te llevara al fin del mundo.Con los ascensores y con Vetusta, Coldplay , U2 y thunder Road, que hablará siempre de ti. Aunque deje de recordarte. 

Aunque esa sea la parte me quieres negar. 
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 ¿Sabes la letra de "There is a light that never goes out". Es un puto mantra. 

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Me repito a mi misma que todo tendrá sentido en algún momento. Que todo de pronto, encajará. Y mientras echo cuentas y rezo para que esos dioses del cielo en los que ya no creo me escuchen y hagan algo. Rápido. 

Y mientras escribo desde este lugar, parte de mi (triste) historia. 
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