jueves, 25 de abril de 2019

Calle Infantas. 2 de la mañana.

Llueve y paro un taxi. Al sentarme veo que el taxista me mira por el retrovisor. Llevo los tacones, el vestido corto y negro y un paraguas grande y masculino oscuro. El pelo suelto y la cazadora de cuero.
Le digo tú dirección y el taxista cambia la emisora de la radio por música jazz. Miro a través de la ventanilla ansiosa por llegar rápido. El taxi huele a tabaco. 
Abro la ventana y siento el frío. El taxista me mira de reojo, iluminado por las luces de los semáforos. 
Cruzo la ciudad de noche y cerca de tu casa encuentro un atasco que me pone más nerviosa. Quiero llegar ya. 
Indico al taxista que pare el coche frente a tu portal. Pago y me bajo sin abrir el paraguas. La cerradura de la puerta suena, estridente, antes de que llame al timbre porque supongo que me estabas esperando. 
Subo en el ascensor y me termino de ahuecar el pelo. Se abren las puertas y a oscuras cruzo tu rellano. Antes de llamar al timbre abres la puerta (gafas redondas de pasta, camiseta negra, vaqueros, pies descalzos) y sin mediar palabra me besas aún sin cruzar el umbral. Huelo tu perfume y me da vértigo.
Pasamos a casa. Hay velas encendidas, una lámpara con luz tenue y un par de textos  encuadernados con anillas tirados abiertos en la mesa. Hace calor aquí. 
Suena el disco que te regalé. Es muy tarde fuera. Estás muy guapo esta noche. 
 Llueve mucho y hay truenos haciendo retumbar las hojas de las plantas de la galería. 
Apagas la lámpara y me siento en el sofá. 
Me enseñas sonriendo una botella de vodka rojo sin abrir y vas a la cocina a por hielos. 

Quedan 5 horas para que llame a mi jefe y le diga que no voy a poder ir a la reunión.

Queda un minuto para morder tu cuello.