jueves, 24 de enero de 2013

Ring.

Vibra el teléfono. Es él. Se sienta 3 asientos detrás. He llegado tarde al bus y me he sentado donde he podido. Le he visto, pero he hecho como si no. Y al cabo de un rato de miradas vacías por la ventana, vibra el teléfono. 
Desde que hemos vuelto, me veo más yo. Más ágil en las respuestas. Como si hubiera perdido el miedo. O como si lo hubiera perdido todo. 
vibra el teléfono y levanto la vista. él va con sus cascos, yo con los míos, mirando cada uno nuestras pantallas como si no fuera el otro con el que habláramos. De pronto, me giro y nuestros ojos se cruzan. Sonreímos. 
Alargamos la despedida bajo la luz naranja, a la salida de la escalera. Él me dice que a veces lo inteligente es no hablar. Yo le digo que me cansa traducir. Y me doy la vuelta, y me voy. Ya traduje bastante, pienso. Y no me valió para nada. 
Ya no vibra el teléfono. 

Vibra el teléfono. Salgo de ver Cuéntame y me encuentro sentada al lado del Chico Fabuloso en París. En su cama. Dice que lo ha pasado mal. Que le echa de menos. Lo entiendo, pero no lo entiendo. Recuerdo bien cómo era eso de que te faltara medio pulmón, pero hace tanto tiempo que no me pasa que me cuesta ver que les pase a otros con mucha más edad de la que me pasó a mi. 
Me dice que puede que se vayan a vivir juntos. A mi me siguen pareciendo muy jóvenes. Pero empiezo a sospechar que ya no somos niños. 
Se quieren. Y me pregunto si, cuando quieres a alguien, todo terminan siendo certezas. 

Vibra el teléfono. Esta vez soy yo la que está al otro lado. Me imagino la escena en un restaurante concreto. Rojo y blanco. Servilletas. Coca-cola. Cumpleaños. Es raro. Estamos lejos y está al lado. Cumple años. cumple años y yo aquí. 
Aquí. 
Tan lejos.