sábado, 9 de noviembre de 2019

Fue una mañana de no sé qué mes. Septiembre? Octubre? Hacía frío porque recuerdo que tomé un colacao en aquel sitio que fue, desde el primer día, mi sitio favorito de esta ciudad.
Tú estabas en una esquinita de la barra, con tus gafas, sonriendo. Yo pedí y hablé, como siempre, con el dueño de la librería. Tú hiciste un comentario sobre mi colacao y yo me puse tan nerviosa que no acerté a decir nada. En estas, hablabas con un señor mayor de que habías escrito un libro, que escribías poesía y que te daba vergüenza que lo leyeran, pero que te lo habían publicado.
Yo no sé si tenía los auriculares puestos o no, porque creo que hubo un punto en el que dejé de disimular que escuchaba. Resultó que el hombre mayor con el que hablabas también escribía. Y hablaba, y hablaba. Y tú, sonriendo, cortés pero ausente, seguías la conversación. Yo te miré de vez en cuando. Tú no me miraste a mí. De haber habido contacto visual te hubiera hablado. O al menos sonreído directamente.
Fui a pagar, me volviste a hablar y yo volví a limitarme a sonreír, porque me puse todavía más nerviosa. Opté por no irme (háblame otra vez, háblame otra vez...) y me tope, de frente, con Gerda Taro guiñándome un ojo desde una portada de un libro. Lo abracé y me lo llevé a la caja, como quien puede abrazar una señal mandada por vete tú a saber quién. No dijiste nada, no te dije nada, pagué y me fui a mí trabajo, maldiciendo mi tendencia a pisotear lo que deseo hacer. Llegué a mi trabajo diciendo que acababa de enamorarme,que me habías hablado y que no había hecho nada. Mis compañeras me gritaron que volviera y yo pensé "para qué, bah. Qué tontería".
Y ahora, días después, después de que presentaras tu libro (sin que yo me enterara), después de hablarte sin imaginarme siquiera que me recordarías, mañana, por fin, te hablo. Quién sabe, a lo mejor algún día escribes sobre mí...