jueves, 20 de diciembre de 2018

Durante días evité la música, aunque tampoco podía estar en silencio.
 R. sonaba todo el tiempo para no oírme a mí y para reírme cuando lloraba por, literalmente, cualquier cosa. Recuerdo haber llorado, para desespereación de mi padre, por una caja de sidra. Aún no lo entiendo.

Luego decidí hacerme un tratamiento de shock: puse todas nuestras canciones, en bucle. Escuché el disco nuevo de Zahara a sabiendas que (dios mío) aquella canción hablaba de ti. Y de mi.
Y bueno, pues lo acepté.
 Intenté, desde ese momento, volver a apropiarme de todo lo que sonaba a ti.

Lo que es curioso es que aquellas canciones que fueron himnos pesan menos que aquellas canciones que R. llamaría "cinegéticas". Como por ejemplo, aquella canción que sonaba aquel verano, el último, sin yo saberlo, en el que canté, mientras el sol muy naranja entraba en aquella ventana tuya del baño.
La abrí mientras el agua (muy caliente) caía y el aire (qué aire hacía en tu terraza siempre, joder) entraba y disipaba el vaho. Y la luz naranja, muy fuerte, cálida de mes de agosto (creo), lo inundó todo.
Creo que no habías llegado a casa. Creo que estabas trabajando y creo que iba a bajar andando a buscarte, o tal vez ibas a venir ya a casa.

Hoy recuerdo esto, y lo apunto. Para no perderlo también. Para conquistar una canción más o tal vez, para claudicar en ella y aceptar la derrota. Y conceder esta pequeña derrota en forma de canción y de recuerdo para seguir en la batalla.

https://www.youtube.com/watch?v=wHcDqwvcguA