martes, 2 de diciembre de 2014

Corre a jugar. YA.

Me encuentro escuchando a alguien que conozco de la Santa Casa contando un cuento a su hijo. No preguntéis más.
Le está contando el cuento de Los tres cerditos y una de las moralejas del cuento es que "no hay que tener prisa por hacer las cosas para ir a jugar". Y creo que es muy mala enseñanza.
Y lo digo hoy, mi primer día en un lugar en el que nunca pensé estar pero que, una vez en él me descubre que tal vez, cuando he estado equivocada ha sido todo el tiempo atrás.
He sido muy muy feliz antes, pero cada vez tengo más claro que no pasa ABSOLUTAMENTE NADA si un dia quieres terminar lo que estás haciendo volando y mal para irte a jugar. Porque, al fin y al cabo, los momentos que recuerdas cuando todo se tambalea son los que has sido feliz y no en los que has sido pulcro y ordenado cumpliendo tus deberes.
Cuánto nos perdemos en nombre del deber y de la responsabilidad. Y qué poco vale lo que nos dan a cambio.
Y qué tontos somos los humanos...

jueves, 27 de noviembre de 2014

Bastantes más de 500 días.

Te quiero porque me quieres libre, y porque contigo no hay paredes ni muros detrás de los que me dejes esconderme.
Te quiero porque cambiaste todo y hasta los peores momentos han sido un poco menos duros.
Te quiero porque a veces eres sorpresa y apareces en la ventana de mi habitación, y te quiero porque siempre eres destino y suelo saber dónde encontrarte.
Te quiero por no tener más plan que una manta y un sofá, y una cama y tirar los relojes por la ventana, y te quiero porque también planeas llevarme a conocer el mundo y a hacer lo que nunca he hecho (y a enseñarme a hacer maletas).
Te quiero porque me dices que soy guapa hasta cuando yo sé que es imposible que lo esté y porque adoras todo lo que yo creía que eran defectos y que me han tenido años acomplejada pensando que no había demasiado por lo que reconciliarme con el reflejo de los espejos.
Te quiero por la ducha mientras el sol se pone.
Te quiero porque me enseñas a respetarme y a aceptarme. Y te quiero por respetarme.
Te quiero porque planeas armarios a medias, y futuros a medias.
Te quiero porque me dejaste ser adoptada por Roque.
Te quiero porque ahora que me pesa (mucho) la distancia y las cuentas corrientes, y los días de noches largas y los planes aplazados, no dejes que nos pesen tanto como para no reírnos.

Te quiero porque no concibo otra manera de vivir. Y porque me has hecho entender porqué ahora será todo lo que antes no podía ser.




(Suena esto)
https://www.youtube.com/watch?v=HBbKY3FeqgI

martes, 25 de noviembre de 2014

If you go your way and I go mine.

Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí, aunque creo que aún puedo cerrar los ojos y verme en un pasillo de hospital.
Sigo prefiriendo Madrid, aunque solo sea por poder mirar por la ventana y ver las luces de la ciudad.
Recuerdo llegar a la habitación del hospital y estar metiéndose el sol, con colores parecidos a los que había desde la terraza del techo del mundo: naranja, morado y las pequeñas luciérnagas titilantes, rojas, de los frenos de los coches.
Hice una foto y casi no se nota que está hecha desde un hospital: las fotos no tienen olor.
Y el dolor, tampoco.
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Nadie es nunca lo que se espera de él.
Y a mi ya no me importa.
Y creo que eso es lo único que puede salvarme.
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Tengo ganas de hablar con ella y decirle muchas cosas. De decirle que entiendo que quiera dormir, que no tenga ganas de salir. Que no pienso irme y que si me necesita estaré.
Y que no sé si mis palabras son por miedo a lo que a ella le va a pasar o por miedo a lo que me pase a mi.
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Gire mi cara a la izquierda y vi un pasillo eterno, con varios de esos aparatos metálicos con ruedas en los que se cuelga el suero recortando su silueta ante la ventana. Aún cierro los ojos y los veo.
 Ya era de noche cerrada y en esa planta, en ese sitio de paredes pastel sin posters, ni llamadas de teléfono, ni enfermeras ajetreadas, ni paseos de enfermas en bata sonrientes, a mi se me vinieron todos los demonios de golpe.
Faltaban las gemelas de “El resplandor” al fondo para que cumpliera todos los requisitos de peli de terror. Pero no hacían ni falta. No había aire ni manera de encontrarlo. Quería correr y mis pies me pesaban tanto que no podía moverlos.

Lloré y lloré y lloré. Por mi, por ella, por todas las cuchillas que me había tragado hasta entonces.
Ojalá pudiera librarme de este peso. Ojalá pudiera levantar los pies al caminar. Ojalá pudiera quitarme este cansancio pegajoso de los brazos y de los muslos, y dormir.
Y dormir por si es verdad que era todo una pesadilla.


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Escribo porque alguien me ha tirado mi propio reflejo a la cara. Como si me hubieran puesto un espejo y me hubiera devuelto una imagen que no reconozco.
El “culpable” es un antiguo compañero de la facultad. Era mucho más listo que yo, callado e inteligente. Y nos llevábamos bien. Yo era un verso suelto sin grupo definido y él solía acercarse a mi, especialmente en una de las clases, en las que él, otro chico de pelo largo y yo nos disputábamos el honor de ser "the teacher's pet" de uno de los pocos profesores que recuerdo, y sin duda del único del que aprendí algo con entusiasmo y con convencimiento.

Era un hombre increíble. Teníamos clase los...lunes. Creo. Lo que sí recuerdo es que era a las 9 de la mañana, y que yo llegaba puntual a ella SIEMPRE como excepción a toda mi vida académica. Además me sentaba en primera fila.
Y él (mi profesor) era exigente. Creo que el más exigente de todos los que me he cruzado en la facultad y creo que el único que creía con pasión en lo que quería transmitirnos.
 Además, nos mandaba hacer cosas raras, como entrevistar a un personaje en un cuadro en el Museo del Prado y nos mandaba meternos en jardines, como conseguir entrevistas cada semana. O describir la navidad sin nombrar las palabras familia, luces, árbol.
Y tenía poca tolerancia con la estupidez y la zafiedad. No recuerdo si Risto Mejide  había saltado a la palestra (no veía la tele en esa época), pero sus correcciones en clase eran muy de su estilo: objetivamente implacable, sincero y puede que un poco cruel. Si habías hecho una mierda, te lo hacía saber gustoso. Y eso a mi me encantaba.  

Mis primeras entrevistas salieron…mal. Pero ahora que lo miro desde unos cuantos años de distancia, me doy cuenta que él lo único que quería era tirarnos al agua y ver cosas que después de trabajar profesionalmente me hacen mirarme a mi misma pensando en lo ingenua y lo maravillosamente inocente que era. Y lo poco que dominaba el protocolo del mundillo del periodismo.

El primer baño de realidad fue el resultado de un encargo suyo: teníamos que ir a un festival iberoamericano muy prestigioso de la capital y conseguir una entrevista, y no le valía un cualquiera. Iban escritores, cineastas, cantantes…y su listón estaba colocado en algo tan alto para uno de tercero de periodismo como que fuera una “entrevista publicable”.
Yo elegí un cantante colombiano venido a menos y ligeramente afectado por el síndrome del “one hit wonder” (pensando que mi petición halagaría su ego de estrella pasada de moda) que me trató más mal que bien. De hecho no existió tal entrevista pero puedo aún recordar las palabras del “ídolo de masas”, con la cara y el cuerpo más hinchado que pasado de peso –las drogas, pienso ahora- que me solucionó el encargo en una sola frase, certera,  recomendándome, literalmente, que buscara otra profesión, que estaba a tiempo. La frase en una voz lo suficientemente alta como para que se enterara todo el mundo, resonó en la sala de la rueda de prensa donde varios inmigrantes de su país y algunos abuelitos esperaban para el acto y yo quise que me tragara la tierra.
La cara de sota me duró toda su comparecencia y creo que lo fulminé con la mirada unas doce veces por minuto, porque me quedé hasta el fin del “evento” a ver si se le reblandecía el corazón y me echaba una mano.
Pero no lo hizo.
Y me fui frustrada, triste y no lloré porque “ya era periodista aunque no hubiera acabado la carrera” (otra frase de mi profesor que repitiéndola hoy me hace notar el empujón para salir del cascarón) y me daba vergüenza y rabia. Eso sí, creo que lloré fuera. Y pensé que la profesión que había elegido era una mierda. Supongo que se lo contaría al día siguiente en clase y creo recordar un esbozo de sonrisa por su parte ante mi evidente gesto de frustración, pero disimuló y me endiñó un negativo porque a él no le valía un “no” por respuesta, y a mi futuro jefe del periódico o de la tele o de la radio tampoco. Encima.

La segunda entrevista se la hice a Alfredo Landa. Ya he contado en algún sitio que Landa fue muy amable y que me reconcilió un poco con mi faceta de reportera intrépida y con mi profesor.

Pero el tema es que mi compañero J. me ha recordado un momento concreto, y que no deja de darme vueltas en la cabeza.
El profesor nos mandó escribir una historia. La que fuera.
Él se empeñaba en que escribiéramos. Mucho.Y que leyéramos más. Y que cuando escribiéramos nos olvidáramos de todo, y que pusiéramos el estómago en el papel si había que ponerlo. Que escribir se trataba de buscar y que tenías que ser tú mismo, que si un chico te decía que “eras rubia como el trigo y bella como la luna”, saliéramos corriendo porque era un gilipollas. Que huyéramos de lo obvio y de lo manido y de la gente que usa lugares comunes y que escribe como los notarios.  


Total, que cargada de deseos de triunfar, buscaba temas para echar los hígados sobre el papel.
En esos días mi madre me había contado que se había encontrado en un sitio a una de las personas que más putas me las había hecho pasar en la vida. Mi madre no tenía ni idea de lo que me había pasado hasta que esa chica le contó más o menos la historia. Yo había enterrado el tema porque había pasado bastante tiempo pero al recordármelo los recuerdos me hicieron saltar un resorte y me puse a escribir.
Vomité limpiando lagrimones de mi cara, todo lo que había callado de aquella historia, y volví a revisitar mis fantasmas como la triunfadora que me sentía en aquel momento. Era algo como “Si queda algo de aquella personita en mi, solo quiero decirte que que te jodan”. Y joder, me vacié.
Llegué el lunes a clase con mi texto y creo que me presenté voluntaria. Teníamos que leer el texto desde nuestro sitio o si eras muy osado o masoquista, desde una silla que él colocaba a su lado y que le permitía tocarte las pelotas (en sentido figurado, guardianes de la moral) mucho más cómodamente mientras leías tu mierda sobre papel bastante acojonado. Me levanté sintiendo que medía tres milímetros y caminé hasta el estrado. Me senté y volví a vomitar con la voz temblorosa y una vergüenza de muerte por abrir mi pequeño saquito de mierda delante de todos.
Recuerdo perfectamente que con los nervios perdí una de las hojas del texto en la mesa y que mientras la buscaba torpemente, toda la clase (unas 50 personas, mi profesor incluído), aguantaban la respiración esperando el fin de la historia. Terminé de leer, respiré, tragué saliva y me sentí desnuda.
Bajé los ojos y mi profesor, sobre un silencio sepulcral después de un aplauso con el que se recompensaba a los valientes favorecidos por la “crítica” de la clase, solo me preguntó si era consciente delo que había pasado en esa clase durante el minuto que estuve leyendo. Y que eso que había hecho era lo que tenía que hacer cada vez que escribiera: tenerlos a todos callados, esperando a la siguiente palabra que saliera de mi boca. Aunque escribiera el horóscopo o el parte del tiempo.

Ése silencio ha sido lo que hoy me ha recordado mi antiguo compañero. Y me ha sorprendido mucho que él se acordara.
A veces me cuesta mucho vomitarlo todo sobre un papel por miedo. Por miedo a mi. Porque escribir es tirar de hilos enredados que a veces desatan cosas que ni siquiera sabías que estaban o seguían ahí. Y muchas veces no me atrevo a tirar. O no quiero porque sentirse desnuda (aunque esto no lo lea casi nadie) es complicado. Y más si va a quedar rastro en un “papel”.  

Recuerdo que mi profesor buscaba mi mirada y las sonrisas de su grupo de protegidos cuando hablábamos de libros o de películas en clase y él, claramente, hacía comentarios irónicos bastante mordaces a otros compañeros que soñaban en aquellos años por convertirse en reporteros de “Aquí hay tomate”. Él no esperaba eso de nosotros. Él, que daba la clase para cinco aunque hablara para los 50 o 60, nos repetía (a nosotros, a mi), nos exigía excelencia. Nos pedía (o más bien nos ordenaba, aunque hoy lo veo más como un ruego) que escribiéramos. De todo. Todos los días. De lo bueno, de lo malo, de lo peor. En todos lados. Que lleváramos un papel y un lápiz para el metro, para el camino a casa. Que describiéramos gente, que le dedicáramos cartas de amor a un árbol, a una piedra. Que nos encontráramos a nosotros mismos, que nos diéramos nuestras palabras y que nos valoráramos. Y que no nos rindiéramos.

Se me quedó pendiente un café al que él me invitó y al que yo nunca fui. Por miedo o por timidez, o yo qué sé. Y ahora, con el tiempo, me miro y me pregunto qué le contaría. Qué pensaría de mi.
Fue fantástico superar sus expectativas y demostrarle que valía, y que podía. Y sentirme protegida y alentada, y retada por su inteligencia.
Y deseo, por aquella vez que crecí tres metros gracias a él, que me siga considerando una de los suyos.

A pesar de todo.

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 Mientras "vomitaba" de nuevo, sonaba esto. 
https://www.youtube.com/watch?v=VtlxUAOm6kY


lunes, 29 de septiembre de 2014

esa gente tan buena, tan buena, tan justa, tan dulce, tan cariñosa, tan pendiente..que es de cartón piedra.

Perdonad que escupa bilis pero a mi la voz me sale alta cuando me cabreo, y también hablo alto, y digo tacos y no me escondería si fumara (no es el caso) porque creo que en esta vida mejor que ser buena es ser libre y coherente. Y lo demás viene todo seguido.
Y no soporto a los que lo pintan todo de rosa cuando no lo es y a esos que se ríen de mentira auqnue las cosas no les hagan gracia,y a esos que siempre quedan bien con todos. No soy así. Y cada vez me siento mejor no siéndolo. Y el que quiera estar en el barco, que se quede. Y el que no, que se vaya a la mierda y deje sitio.

Joder.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Han cambiado mucho las cosas

Cambiaron tanto las cosas que ahora, que ha llegado la mala noticia y se hace realidad y planes, y cambio de agendas y viajes y puntos suspensivos y paréntesis, ahora, justo ahora que se hace real, no se hace miedo.
No se hace miedo porque yo no lo dejo transformarse y me afano en pensar y preparar y mirar a la luz en vez de mirar el hueco negro que a veces me asalta, reclamando su sitio. Ése mismo que yo me empeño en arrebatarle y a cuyo espacio yo bloqueo el paso. Tanto tiempo temiendo que llegara, y ahora, que ha llegado, me niego a dejarlo pasar. Y está bien.
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No sé qué vendrá detrás, pero es verdad eso de que conocer la verdad te hace libre.
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La gran diferencia es que él siempre es abrazo y palabra precisa, que diría Silvio. Que sabe escuchar y que se ha sumado a la causa y que me hace fuerte solo con su voz. Y que me empuja a sonreir y a pensar que todo va a estar bien y que a la vez me permite derrumbarme cuando necesito, porque él sabe cuándo de verdad no puedo más. Y le parece bien, y me seca las lágrimas y al ratito, cuando hemos sacado a todos los fantasmas y hemos matado a los monstruos, me hace reír. Y me cuida a mi y a quienes quiero.
Él es casa. Y él es suerte. Y hablar de mi ahora es imposible sin hablar de él.
Lo ha hecho todo mejor. Hasta esto.
Gracias a ti, y a tus ojos.

https://www.youtube.com/watch?v=1Nr_tqkMsJs
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Estos días he vuelto mucho a Drexler. Drexler siempre está en los cambios. Recordaba aquel bus en primavera en Madrid con el soniquete de "cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da...".
Cuánto han cambiado las cosas.
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Intento no dejar espacio tampoco a rencores y centrarme en andar. Como cuando estás corriendo y sabes que no puedes pensar en lo cansado que estás y debes centrarte en mover las piernas. Esto es igual. Intento no pensar en el pasado porque nada es igual, pero intento no decepcionar a aquella yo que se apoyaba en la radio por la noche en una casa ajena que olía raro y que escondía el motivo de sus lágrimas proque no le salía una parábola con regla y compás, mientras el mundo se derrumbaba (y pesaba mucho para mis hombros de 13 años).
 Ahora todo ha cambiado, le digo a ella. Todo ha cambiado y ahora yo te protejo a ti (o a lo que queda de ti), por todos los que no lo hicieron cuando debieron. Ahora protegiéndola a ella me lo devuelvo a mi.
"Y hará futuro su fuerte fragilidad".

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Por lo que fue, y por lo que pudo ser.
Por lo que hay, por lo que puede faltar.
Por lo que venga.
Y por este instante, levanta el vaso y a brindar por el aguante.

https://www.youtube.com/watch?v=LUk73pUe9i4

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viernes, 5 de septiembre de 2014

riesgo de irradiación externa

ay una pareja en la sala de espera de unos sesentones de esos que salen en los anuncios de los planes de pensiones: bronceados,bien vestidos. Se rien mucho juntos. A veces entrelazan las manos cuando hablan. A él le han mandado un WhatsApp diciendo que su quad está ya ok y q esta tarde se lo mandan a casa.
Llaman a la mujer (manuela. Manolita le llama él) y a él le cambia un poco la cara y se abraza al bolso de ella.
Ojalá sigan así mucho tiempo y ella venga aquí solo porque se le torció el tobillo.

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De aquellos días en los q me temblaban las piernas al acercarme a un hospital me queda la manía de no levantar mucho la vista del suelo mientras ando por los pasillos. Por no encontrarme con imágenes y personas que luego permanecen en mi cabeza hasta después de haber salido. Mucho después.  .........
Atrona una melodía de teléfono el silencio sucio de la sala de espera. Es el himno del atleti. Hay vida fuera de aquí aunque esto parezca un planeta distinto.
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No me gustan los hospitales. En concreto no me gusta este.  ......
Ayer me decían que qué generación tan maravillosa la mía, tan racional y lógica. No sé cómo será el resto de mis coetáneos pero si son como yo habría que sumar un adjetivo más: mentirosos.  Tengo el mismo miedo que tú,  y si supieras mirar podrías darte cuenta. Riesgo de irradiación externa.

jueves, 7 de agosto de 2014

y al contacto con mis dedos te desvanecieras

Hay días en los que deberías ppdee tener una especie de moscoso del mundo y de la vida.
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Se me escurre el lagrimon en el bus y recuerdo aquellos viajes de madrugada de vuelta a casa, con diez cervezas de mas y demasiado sueldo de menos. Aparece la banda sonora de aquel Verano del Amor y,misteriosamente, no remueve nada. Sin embargo aparece otra canción y me lleva directamente a aquella azotea de mi casa. Las cuerdas de tender y aquel saliente en la pared em la que, con los pies colgando en el vacío de la fachada, me sentaba para ver atardecer y seguir el rastro de los aviones por encima de aquel mar de tejados y antenas. Lo recuerdo tan vivamente que no me queda otra que sentarme y escribir esto. Por si así se desata el nudo del estomago.
Aquel fue un verano de días solitarios y de noches maravillosas. Todo empezaba cuando estaba oscuro.
Repito y repito la canción y siento el sol igual que entonces. Y puedo ver las sábanas al viento y mi pelo muy largo moviéndose.

Qué bien volver a casa . Aunque solo sea en un viaje de tres minutos y medio.
....aire que se lleva tus misterios. Hacia el sur se van..

lunes, 7 de julio de 2014

Let it out and let it in.

Si creyera en algo, como algunos (con suerte) creen en el Madrí (y yo al Madrí le tengo mucha fe, que conste) o en Dios o en la Santísima Virgen del Desamparo y las Lágrimas Amargas, diría que creo en Lennon y McCartney.


miércoles, 26 de febrero de 2014

Duermes.

Se queda dormido. Como en el Show de Truman, le veo dormir acurrucado en el nórdico, sacando solo la cabeza. Duerme con los hombros subidos y yo siempre me enfado con él porque creo que esa postura puede hacerle daño.
Como decía, está dormido antes de las 11 de la noche y me da tiempo a mirarle mientras hablo con L.
A veces tengo el cuadrito pequeño y se me olvida que está ahí aunque siempre procuro no hacer ruido de manera inconsciente. Para no despertarlo.

Otras veces, hago grande la pantalla y me quedo mirándole un rato. Cómo mueve los ojos dormido. Sus pequeños gestos en sueños. Los ronquidos de Roque de fondo.
Verle dormir me hace ganarle tiempo al día (decía Sabina "me podrán quitar tus días, tus noches no"

Lo que quería escribir aquí, dejar constancia, es de que me derrito. Suena cursi, suena moñas, lo que quieras. Pero me derrito. Siento que una parte de mi se escurre cuando le veo así, con media sonrisa, y me encantaría ir a arroparle bien y tumbarme detrás, como hago cuando duermo a su lado. Besándole la espalda, pasando mi brazo y buscando con la mano el latido de su corazón, y la nariz pegada a él. Y le arrincono en la cama porque voy acercándome y acercándome para notar que está a mi lado, para compensar todas las noches que no está.
Y él está tan dormido que no se da cuenta.

Otras veces, cuando estamos lejos (él casi siempre se queda dormido antes que yo... y ya es dificil) dejo el ordenador encendido y apago la luz, y me quedo dormida nirándole a él en la pantalla, a un vistazo. Y me termino despertando con el sonido de su despertador.Y le acompaño mientras hace café y aquí todos duermen.

Reverte decía en el primer libro que le regalé que la protagonista le ponía "blandito por dentro". Creo que eso es lo que yo siento cada vez que le veo aparecer en la pantalla.
Y creo que es buena señal.

Duermes...insomne cruzo la casa y te busco intranquilo...
http://www.youtube.com/watch?v=araOtwFvikg

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Le daba igual lo que fue, de dónde venía, qué pensaba hacer, lo que tenía, lo que quería. Le daba igual.



Le importaba su monstruo del armario, la lista llena de luces verdes. La vida por delante. Las noches sin dormir. El estómago como una nuez. El llegar, por una vez, en el momento adecuado. El temblor de tierra, la niebla de las fotos. Aquel perro pequeño que no ladraba. La playa en enero. 

(Entrada en borrador. 19 de mayo de 2013)

martes, 25 de febrero de 2014

Obviously, Doctor, you’ve never been a 13-year-old girl.

Tenía 14 años y estaba en Irlanda.
Siempre he pensado que durante buena parte de mi adolescencia me sentía como una especie de pelele soltado en mitad del mar al que le iban pasando barcos, maremotos, tormentas y soles abrasadores y que creía que nada de aquello tenía demasiada relación conmigo.
Suena a frase manida, pero realmente creía que aquella vida, lo que me pasaba iba más rápido de todo lo que yo podía asimilar y de pronto estaba en Madrid en La Paz viendo la Ciudad Deportiva del Madrid desde una ventana mientras mi madre estaba en una sala a la que no me dejaban asomarme (siempre he creído que los fantasmas invisibles son mucho peor que los monstruos con carne porque es más difíciles hacerlos desaparecer), de pronto estaba en un colegio de monjas compadeciéndome de la estupidez de la matona de mi clase a pesar del miedo y de pronto estaba en Irlanda.
Bien. Pues ahí estaba yo, con todas mis propinas en forma de Irish pounds, Carmen y Pollo al lado, flipando por poder, por primera vez en mi vida, elegir qué y cómo comprar.
Recuerdo perfectamente la tienda de discos, llena de luces y colores chillones en la que sonaba Destiny's Child y Eminem y recuerdo el disco de U2 con su pegatina de "precio rebajado" porque ya hacía tiempo que había salido. All that you can't leave behind. Me gustaba el título. Me gustaba el título largo y con significado.

Sin embargo, llegué a casa (a mi casa de estancia allí) y el disco, salvo Beautiful day y Elevation, ni fú ni fá. Y entró en la maleta y se quedó arrinconado. Mientras, mi hermana lo escuchaba una y otra vez (eleveisionuuuh,uuuuuuuuhhhh) y yo no lo entendía. Ni siquiera había sacado el disco de la caja de cartón que envolvía el CD. Pues un disco. Muy bien.

El hombre por el que me enamoré de la radio  (uno de ellos, tuve unos cuantos) ponía una de las canciones todos los días que hacía programa. Walk on. Y Beautiful day. Y si le gustaba a él, y él diseccionaba el disco en cada oportunidad que tenía, tal vez merecían una oportunidad.
El mundo seguía cayéndose en pedazos sin que nadie me diera una explicación y yo seguía allí, metida en una especie de burbuja que me hacía aislarme para reconstruirme. Ni siquiera tenía voz.
Recuerdo que saludaba a los vecinos tan tan bajo que ni siquiera me oían. No tenía fuerza para mucho más. Me oía a mi y solo me oía diciendo "Corre. Corre. Corre. Lárgate de aqui y sal viva de esta".

Supongo que les dí una oportunidad y supongo que funcionó.

Recuerdo a mi profe de gimnasia pasarme a escondidas de mis compañeros y con una sonrisa cómplice, un CD con toda la discografía en MP3. Me recuerdo gritando con Sunday Bloody Sunday o New Year's Day contra la almohada de mi cuarto para amortiguar el grito. Recuerdo lagrimones de rabia y de dolor con el sonido en los auriculares reventándome los tímpanos bloqueando otros ruidos y notando el golpe de batería de Larry Mullen Junior retumbándome en la cabeza. Recuerdo la sensación de liberación. De estar sola y de estar bien. De sentirme fuerte aunque en el fondo temiera que no podría aguantar otra grieta más. Wipe your tears away. Wipe your tears away. Haciéndome prometer a mi misma que no iba a necesitar a nadie porque podía ganar sola pasara lo que pasara, que podía, y que de casa se salía llorada y que delante del mundo solo iba a ponerme las botas y a caminar para llegar a algún sitio muy muy muy lejano de aquel cuarto de paredes amarillas. Ellos fueron una caja de resonancia cuando nadie podía o sabía oírme. Gracias a ellos gritaba. Aunque siguiera sin oírme nadie.

Falta una semana para que cumpla 27 años. Mis cumpleaños siempre han salido entre mal y catastróficamente mal (como los eventos que me tienen a mi por protagonista). Y justo hoy me he topado con ellos y justo hoy me han venido de golpe todas aquellas canciones de cuando de pronto todo se ponía mal y no sabías qué hacer para parar el derrumbe.

Y recuerdo que después de desesperarme gritando con Sunday o Walk on o la que fuera, siempre me intentaba dormir acariciándome el pelo, hecha un ovillo con esta canción. Apuntando directamente al problema con un dedo acusador y quitando los surcos del lagrimón con la manga del pijama con una sonrisa, al fin (sí, es un poco bipolar, pero los hijos únicos tenemos que valernos por nosotros mismos para aguantarnos llorando y hacernos reír. Y este método era tan bueno como el que más).
 "I never thought you were a fool, but darling, look at you. You gotta stand up straight. carry your own weight. These tears are going nowhere, baby".
 Después de la tempestad, el alcohol para los raspones.

http://www.youtube.com/watch?v=NLkf6Y7TDho

 


martes, 21 de enero de 2014

(descanso)

Miro al suelo. Reconozco esos adoquines grandes, grises y planos. Veo mis piernas blancuchas, desnudas y al final de ellas unas sandalias cómodas. Hace calor. Mucho calor. El sol se está poniendo detrás del edificio de Schweppes pero su luz no molesta y lo baña todo de un color dorado. El cielo, azul, muy azul, azul sin tormenta, azul con nubes muy blancas, como de dibujos animados, azul de Madrid. Paso el edificio de Telefónica y solo por el olor (demasiado intenso) podría saber dónde estoy: ese ambientador siempre me ha recordado mucho a mi perfume.
Sigo avanzando. Enfrente, un gran andamio cubierto con publicidad, los heavies, el paso de peatones y la gente esperando para venir a mi encuentro. Sigo hacia delante. Edificio en obras, la música del Stradivarius, el cruce hacia el mexicano, una tienda de medias que ahora vende bikinis en los que yo no entro ni entraré nunca.
La puerta de la radio, Manu el segurita fotógrafo que desde que le colé en unos premios siempre me sonrie un poco más de lo habitual. H&M y los novios arrastrados hacia la puerta, y los maridos cansados que ya pueden decir que no entrar. La heladeria de aquella chica a la que se le estaba muriendo la madre y me lo contó, como cuando el cielo deja caer una tormenta para aligerar peso, en un asiento de un bus una noche en la que el verano se acababa y yo echaba de menos una chaqueta.
El olor de Mango. Más obras. Otra tienda. La cafetería en la que me refugié con Carlos aquella temporada en la que noche en que quedábamos, noche en la que llovía a mares.
Paso de peatones.
Diez segundos de tregua para mirar el sol y el cielo a través de mis gafas de miope camuflada. Miro al frente y esquivo al resto de paseantes que también cruzan. Edificio color salmón. Color sol. Color nubes rosas.
La parada de metro demasiado cerca del cruce, el hombre anuncio. La zapatería de Pablo. Los carteles de cine gigantes (dentro de poco serán sustituidos por pantallas gigantes...). Las pandillas de emos saliendo del metro o esperando a alguien.
Los indigentes de la plaza durmiendo al lado del Starbucks. La pija que se coloca el zapato mientras sujeta en un gesto coqueto y descuidado un frapuccino. El escaparate del Corte Inglés.

Cuando me canso cierro los ojos, me pongo esta canción y me doy un paseo.