Se me cruzó el cable y fui a la peluquería. "Corta por aquí" le dije, y por una vez, no fue la peluquera la que se pasó con las tijeras. Fui yo, que me quité 30 centímetros de melena y me puse gafas nuevas, de pasta, ni muy grandes ni muy pequeñas, y quien se pintó los labios rojos.
Al verme (me escondí "el corte" debajo de un gorro), él me miró y se echó a reír sin querer ("te queda bien" "a mi todo me queda bien"). A Él ni siquiera le di tiempo al abrir la puerta, porque teníamos cosas mejores que hacer (entre ellas, espantarme fantasmas y dormirme la borrachera). Y mi cuñao me dijo que, con los labios rojos, si no fuera él quien es, me pediría casarse conmigo allí mismo (o incluso me comería la boca, sin necesidad de compromiso alguno).
Disparidad de criterios frente a mi nuevo look.
Y yo, que pensé que me reconocería mejor en los espejos si me tuviera que mirar 3 segundos para saber quién era, sigo sin saber nada sobre mi.
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